En el pico de la burbuja, el 80% del patrimonio de las familias españolas estaba invertido en el ladrillo. Desde entonces, el precio de los pisos ha bajado el 52% lo que quiere decir que la riqueza de los españoles ha mermado en un 41%.
Esta realidad, sumada al enorme endeudamiento de las estructuras públicas, una economía basada en sectores de baja productividad y otros factores, ha llevado al país a una tasa de desempleo del 27% y a fuertes recortes en gastos estatales. Esta realidad ha creado una enorme desafección de los ciudadanos respecto de sus políticos y gran frustración ante la pérdida de comodidades. Se trata de saber si esa percepción de desgracia por lo perdido está justificada o bien de si los españoles exageramos en nuestras quejas.
Es justo decir que, quien gasta más de lo que tiene, vive por encima de sus posibilidades; es decir, el endeudamiento nace de la constatación de que, con lo que se tiene, no se puede financiar el ritmo de vida al que se aspira. La deuda es posible porque hay quienes piensan que el deudor podrá hacer frente al capital prestado mediante futura generación de riqueza. Cuando el deudor se acostumbra a vivir con lo prestado, está creando su propia burbuja mental al pensar que la deuda es eterna y que existirá quien esté dispuesto a financiar su forma de vida. Mientras que haya quien preste, no es necesario plantearse si la deuda es pagable, sino que sólo es necesario encontrar a quien nos fíe aun más: el deudor es complaciente y siempre se acostumbra a más porque le ha cogido gusto. En su momento fueron los excedentes de ahorro proveniente de Alemania o Francia y ahora son los ricos quienes nos permiten a un nivel que no es el que nos corresponde.
Un rico es un pobre que ha ahorrado, que vivió de acuerdo a lo que tenía, no a lo que prestaban. Es justo ahora estrujar a los ricos con el fin de financiar el ritmo de vida de aquellos que vivieron con lo que no era suyo? El efecto esta siendo el contrario: llevar políticas fiscales ideologizadas que hagan de los “ricos” demonios desincentivan la creación de riqueza con lo que la recaudación es menor y menos servicios se pueden prestar a quienes no quieren renunciar a sus “derechos”.
Los recortes en educación, sanidad y otros muchos “derechos”, no son nada más que una vuelta a la realidad de lo que nunca tenía que haber existido al no ser financiable nada más que gracias a la deuda. No son “derechos”, sino privilegios de potentados que creen vivir en el mundo de Barrio Sésamo, Petete y Casimiro. Los recortes nos hacen a todos poner los pies en la tierra, dejar de vivir en un mundo de ensueño, tocar la realidad con la yema de los dedos y adaptarnos a aquello que nos podemos permitir. Todos aquellos servicios que son financiables con nuestros propios recursos, sin tener que depender de otros, son verdaderos derechos, el resto privilegios. Acostumbrarse a que privilegios son derechos es expresión de una concepción de ciudadanía pueril porque desea hacer de una situación extraordinaria (el endeudamiento) algo perene.
Las masas de personas que caminan por las calles de nuestro país reclamando sus “derechos”, “lo que es nuestro”, merecen todo nuestro respeto como lo merecen aquellos que se niegan a financiarnos nuestra forma de vida altoburguesa. España fue un país de medio muertos de hambre, que rápidamente paso a la baja burguesía; como consecuencia de haber traído del futuro todo lo que íbamos a ganar durante los próximos años, porque los acreedores nos lo permitían, saltamos a la alta burguesía. En cuando la burbuja explotó, todos nos quedamos desnudos y pasamos a ser lo que somos: alta burguesía venida a menos.
A nivel mundial, estos manifestantes no son los explotados de la tierra que pretender ser, sino los explotadores venidos a menos, ávidos de un consumismo desaforado a los que importa bien poco las condiciones de trabajo del lumpen proletario en países con Bangladesh o China. Para ellos todo vale siempre y cuando puedan seguir comprando a precios de ganga, algo que “exigen” porque es su “derecho”. Si a día de hoy tuviera lugar a nivel mundial una revolución como de la de Rusia en 1917, los que se manifiestan para mantener el status quo de paria de los países del tercer mundo, serían los que acabarían en los badenes de las carreteras con un tiro en la cabeza. No son ellos los explotados, sino los reaccionarios ultraconservadores que a lo único que aspiran es a mantener sus privilegios frente a miles de millones de personas que son los verdaderos exprimidas por el sistema.
Es justo creernos desgraciados, mirarnos al ombligo ahogándonos en nuestras pequeñas desgracias cuando al otro lado del estrecho de Gibraltar se hallan miles de personas esperando a coger un cayuco con el sueño de poder recoger las migajas que los nuevos ricos venidos a menos dejamos? Yo creo que no: la obsesión constante en creernos que el origen de nuestras desgracias son los otros, los ricos, el pensar que siempre habrá alguien que me financie una vida que no podemos permitirnos, nace de un espíritu pueril de marcado carácter onanítico grupal.
Estoy hasta el gorro de los chillidos de los niños aún no destetados mentalmente, que no callan y berrean exigiendo lo que consideran suyo y a lo que nunca tendrían que haber tenido acceso. Ocupémonos de los problemas reales del mundo y el nuestro, nuestra crisis, nuestra vuelta a la realidad, no forma parte de las prioridades nada más que de la burguesía explotadora mundial. Centrémonos en los problemas reales y dejémonos de mirarnos de una vez por todas a nuestras propias entrañas con el fin de ayudar a los que realmente lo pasan mal…esos no somos nosotros.
Es el momento de la verdadera solidaridad, aquella que viene del individuo para con el grupo: que cada palo aguante su vela con la misma determinación y de forma directamente proporcional a los desmanes a los que se acostumbró.