Ayer salieron dos datos nefastos para la economía española. Por un lado, la evolución del PIB confirmó que el país continua en recesión. El último trimestre ha caído un 0,3% ( frente al 0,4% previsto) y en lo que va de año acumula un descenso del 1,6%. La teoría económica recuerda que para considerar que un país esté en recesión necesita acumular más de dos trimestres consecutivos de caída. Con este último descenso son ya cinco los trimestres consecutivos de caída.
En el mismo día y casi a la misma hora, se conocían los datos del Índice de Precios al Consumo (IPC) que arrojó otra pésima noticia. Los precios han subido en España un 1,2% entre los meses de julio y septiembre, sin duda, por el efecto de la subida del IVA. Con este dato el IPC interanual queda en el 3,5%, muy por encima del límite máximo que marca como óptimo el Banco Central Europeo.
La combinación de estos dos datos implica una de las peores situaciones en las que puede encontrarse una economía, se llama estanflación. No hace falta ser un lince para adivinar que esta palabra es el resultado de la juntar estancamiento (económico) e inflación. El miedo que genera esta situación es que las políticas que deben corregir el crecimiento provocan inflación y viceversa con lo que se entra en una espiral maldita que es muy difícil de romper. El caso más cercano de la perversidad de esta situación es la economía japonesa. En el país del sol naciente llevan década luchando contra ella y como en alguna ocasión ha advertido el premio Nobel Paul Krugman, en occidente corremos un gran riesgo de repetir esa mala experiencia.
Entrar en proceso de estanflación implica:
– Un descenso continuado de la renta disponible de las familias que pierden poder adquisitivo a causa de las subida de los precios.
– Descenso del consumo.
– Pérdidas en las empresas que acarrean nuevos despidos.
– Descensos de las cotizaciones de esas empresas en bolsa
– Subida de los productos básicos, sobre todo de la energía, como el petróleo, el gas, la luz.
Y vuelta a empezar. En cualquier caso, no todos los expertos son tan pesimistas como Krugman. Analizando la situación concreta española, hay motivos para pensar, que con un poco de suerte la situación puede no ser tan negra. «Es cierto que teóricamente estamos en situación de estanflación, pero si analizamos los componentes de la inflación vemos que no son intrinsecos a la situación económica por lo que la situación es menos preocupante», advierte el economista Alejandro Inurrieta, director de Inurrieta Consultoría Integral.
Esos componentes externos que distorsionan la inflación son los precios de la energía y la subida del IVA. La débil conyuntura internacional presionará a favor de una caída de los primeros y los efectos de la subida del IVA, aunque han sido muy fuertes en los primeros meses, «se diluyen con el tiempo», asegura Inurrieta. Según sus previsiones, descontando ambos la inflación podría estar entorno al 2%, lo que está muy en línea con lo que exige el BCE.
El mayor problema está en el lado del crecimiento. Frente a la previsión del Gobierno de un descenso del PIB del 0,5% para el 2013, Inurrieta asegura que no será difícil que la caída llegue al 2,5%.
Japón es un muestra que las políticas equivocadas pueden enquistar este problema, por eso para romper el círculo vicioso hay que bajar impuestos de forma que las familias tengan más renta disponible y generar más gasto público. «Pero esto es incompatible con la política europea actual», reconoce este economista. Por lo que lo más interesante sería «aplicar una quita a la deuda privada como se hizo en su momento con Grecia», explica. Es decir, perdonar parte de la hipoteca o los créditos concedidos a familias y empresas para poder así inyectar liquidez y que puedan volver a consumir.
¿Una quimera? Tal vez, pero si hace con los Estados qué impide hacerlo también con las familias. Como todo, sólo es cuestión de intención política.