Cada vez que abrimos una cuenta corriente nos enfrentamos a la misma pregunta: ¿Tarjeta de crédito o tarjeta de débito? E incluso por qué no, ambas. El mercado de medios de pago ha crecido enormemente en los últimos años y el cliente cuenta cada vez con más opciones. Sin embargo, a la hora de la verdad lo primero que hay que decidir es el tipo de tarjeta que deseamos contratar.
Las tarjetas de crédito y la tarjetas de débito son en realidad productos muy diferentes, aunque muchas personas las utilicen indistintamente para los mismos fines. En líneas generales, suele recomendarse el uso de las primeras para los más disciplinados en la gestión de sus finanzas y las segundas para quienes tienen más tendencia al consumo. Pero como esta es una conclusión algo simplista lo mejor es analizar las características y usos de cada tipo de tarjeta y las diferencias entre ellas para determinar cuál se adapta a nuestras necesidades.
Empezaremos por las tarjetas de débito al estar más extendidas y ser más sencillas. Las tarjetas de débito son un medio de pago vinculado a una cuenta corriente. Cada vez que hacemos una compra el pago se carga inmediatamente a la cuenta bancaria (no ocurre lo mismo con las tarjetas de crédito). Si la cuenta no tiene saldo, la operación es rechazada, aunque ahora muchas tarjetas incluyen la posibilidad incurrir en pequeños descubiertos de hasta 200 euros (los famosos descubiertos bancarios). Es decir, la tarjeta de débito no está pensada como un instrumento de financiación, sino como un medio de pago para disponer del capital que cada ahorrador tiene en su cuenta.
Muchas entidades no cobran gastos de emisión y mantenimiento para las tarjetas de débito y sus comisiones para la retirada de efectivo de cajeros automáticos suelen ser mucho más limitadas. De hecho, ninguna entidad cobra por disponer de dinero en sus propios cajeros y muchos han extendido a toda la red de cajeros (por ejemplo 4B o Servired).
Las tarjetas de crédito son algo más complicadas que las de débito porque son un medio de pago pero también una fórmula financiación y precisamente por eso su funcionamiento es más complejo. De forma resumida, una tarjeta de crédito permite hacer compras sin necesidad de disponer del dinero en ese momento, ya que el pago se aplaza hasta la fecha de liquidación (generalmente un mes). Una vez alcanzado esa fecha, el cliente deberá saldar la deuda contraída. Si la cuenta asociada tiene fondos, no habrá problemas, pero si no es así se activan los intereses de la tarjeta (12-20%).
Con el paso de los años han ido siguiendo nuevas fórmulas, como por ejemplo las tarjetas revolving, que en lugar de liquidar la deuda mensualmente (o en el plazo que sea) establecen una serie de pagos mensuales fijos para poder disfrutar de esa línea de crédito. De esta forma, existe una deuda desde el primer momento, ya que el titular no tiene por qué pagar todo lo que consuma, basta con que abone esa cuota fija.
Además, a diferencia de las tarjetas de débito, las de crédito cuentan con una larga lista de comisiones y costes asociados. Una de ellas es la de retirada de efectivo en cajeros automáticos, ya que este medio de pago no está pensado con esa finalidad. A esto hay que añadir una cuota anual por mantenimiento y emisión que depende del tipo de tarjeta, del límite de crédito y de los servicios que ofrezca.
Pero no todo es negativo, ya que además del beneficio que se puede obtener por esos 30-40 días que hay hasta el pago, cuenta con una serie de servicios como por ejemplo diferentes tipos de seguros vinculados a su uso. Estos incluyen desde un seguro de vida, por robo, contra fraudes, por daño o pérdida de equipaje o por accidentes en viaje, por poner algunos ejemplos.
Al final, las tarjetas de crédito pueden ser un instrumento muy útil si se saben utilizar. Esto implica conocer las comisiones que nos pueden cobrar y no exceder el límite de crédito. Como apuntábamos al principio, las tarjetas de débito ayudan a evitar tentaciones y en cierta forma gastar menos, aunque las tarjetas de crédito pueden ser un gran elemento para controlar el gasto y sacar partido de las opciones de financiación.