Durante la mayor parte de la historia económica del hombre, el oro ha sido el eje sobre el que han girado sus relaciones monetarias. Desde el tiempo de las “hormigas del oro” que describe Heródoto en su libro III, animales parecidos a las marmotas que removían las tierras auríferas del norte del Himalaya, un trabajo que aprovechaban en su favor los indios pakistaníes para recoger la arena en saquitos, el metal ha servido como patrón de valor último, la referencia definitiva de la valía económica de los bienes. El binomio Roosevelt-Nixon dio por finalizada esta historia, el primero en 1933 a nivel particular y el segundo en 1971 a nivel internacional. Como todo el mundo sabe, o debería saber, el siglo XX fue el más inflacionista de la historia con gran diferencia, de tal forma que, aún cumpliendo los supuestamente escrupulosos criterios de control de precios del BCE, el límite del 2% del IPC que en todo caso se supera de forma sistemática, la inflación estaría bastante por encima de la que experimentó la España de los Austrias en el siglo XVI y parte del XVII, con toda la gran inyección conjunta de oro, plata y vellón a la vez. Paradojas del dinero científico.
En 1970, el precio del oro era de 35$ la onza, aproximadamente la cotización actual de la plata. Hace cinco años, la plata cotizaba a 9$. Su precio se ha multiplicado por cuatro. La onza de oro se cotiza hoy a más de 1.450$, su récord histórico. Un aumento de casi el 4.000% en 40 años. Es complicado encontrar rentabilidades como las del oro y la plata en otros mercados de activos.
El Financial Times se quejaba hace unos días de que el oro es dinero que no depende de los gobiernos. Su lamentación venía a propósito de la compra de armas por parte de Gadaffi con contraprestación metálica. En realidad, salvando el análisis ético sobre el uso que un dictador pueda hacer con sus reservas de oro, para muchos economistas la queja del FT es un motivo de complacencia y hasta de esperanza. Efectivamente, el oro no se puede crear de la nada como los billetes, los bonos o los trocitos de hipoteca. Es dinero que no depende de los gobiernos ni de los bancos. Todavía si tuviésemos la seguridad de que los gobiernos y los bancos manejan el dinero con solvencia. Pero miremos a Grecia y a Portugal…o a la CAM.
Algunos analistas opinan que el recorrido alcista del oro terminará pronto. Cierto, dicen, es un refugio ante la inestabilidad geopolítica y financiera, la crisis del ladrillo y la inflación que viene, pero, como toda burbuja, estallará. Otros, por el contrario, auguran que su precio alcanzará los 2.000$ el año que viene y que la corrección será mucho más gradual.
Obviamente, se puede especular con oro y por supuesto que puede haber una burbuja. Aunque en el caso del oro, más bien se podría hablar de un globo que se hincha y se deshincha, porque una burbuja explota y no queda nada, sin embargo cuando los bonos, las bolsas y los productos financieros más complejos pierden pie, el metal sigue siendo un gigante, y no precisamente con pies de barro. No en vano ha sido el dinero, con mayúsculas, durante más de 20 siglos. Confianza de la buena. A muy, muy, muy largo plazo.
Por eso, tal vez en el futuro el oro sea algo más que un valor refugio y todavía escriba algunas páginas en la historia monetaria de la economía de mercado. Que le pregunten a Gadaffi si es o no un medio de cambio. Incluso podría fundir la llave de la ciudad de Madrid que le entregaron hace sólo un mes y todavía compraría una docena de mercenarios con su apéndice de kaláshnikov incluido. El oro fue, es y será de momento dinero, salvo que realmente el dinero científico sea tan sencillo de manejar como algunos presumen. Por ahora, en el siglo de aprendizaje, la nota más justa es un Necesita Mejorar.
Artículo de Ricardo Plaza