La denominada guerra de divisas llega devaluada a la Cumbre del G 20. Por una parte, el anuncio de la Reserva Federal (Fed) de lanzar 600.000 millones de dólares a la compra de activos del Tesoro para dar liquidez al mercado y, por otra, el anuncio de China, tan sólo cuarenta y ocho horas antes de la reunión, de que su superávit comercial ha aumentado un 60,5% en octubre llevan el mensaje implícito de que prefieren mantener bajas sus respectivas monedas y exportar más y en mejores condiciones que otros países.
Sería lógico pensar que el principal objetivo de la Cumbre del G 20 de Seúl, de cara a la denominada guerra de divisas, sería poner en marcha una línea de actuación que coordinara y fortaleciera una estrategia común, por parte de los países miembros, para salvaguardar el equilibrio del sistema y que evitara las autodevaluaciones de las monedas de determinados países, en aras a una mayor exportación de sus productos y un incremento de su superávit comercial.
Da la impresión, sin embargo, de que esto no va a ser así. Los países desarrollados -léase Estados Unidos- y los emergentes -léase China- prefieren mantener bajas sus respectivas divisas, a pesar de las tensiones que esto crea en el sistema, y de los problemas que puede crear a futuro, pues puede llegar a propiciar una nueva crisis dentro de la propia crisis económica que ya vivimos y, sobre todo, puede retrasar o dañar la recuperación de la economía global.
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