Leo en un periódico económico un artículo sobre las nuevas formas de donar de los multimillonarios de todo el mundo. Organizada por la revista Forbes, paradigma del capitalismo supuestamente egoísta en que vivimos, y presentada por la archi conocida presentadora estadounidense Oprah Winfrey, tuvo lugar el pasado verano la reunión de la filantropía mundial en la que los asistentes, la crème de la crème del ánimo de lucro compartieron experiencias filantrópicas, intereses, etc.
Dicha revista junto con Crédit Suisse han sacado el informe “La filantropía de la próxima generación”.
En ese informe, además de contar al público de a pie el porcentaje de millonarios que pretenden dejar casi la mitad de su fortuna a organizaciones caritativas, o cuántos de ellos actualmente dedican un porcentaje importante a la beneficencia, da un dato que me parece relevante: la mayoría quiere ver resultados en diez años, y lo consideran como capital riesgo, de cuyo rendimiento esperan ser testigos.
El cortoplacismo llega a la caridad. Ya no se da de cualquier manera, no estamos ante la hucha del Domund. Se trata de empresarios cuya ambición, en este caso, es ver los resultados de las acciones filantrópicas, sin ánimo de lucro. Y para ello, elaboran estrategias, comparten esfuerzos, y todo ello desde instituciones económicas eficientes.
Ya no vale el hacer el bien sin mirar a quién. Ahora se mira y se mide el impacto.
Los motivos de este cambio son claros: delegar en los Estados desarrollados no funciona, ni tampoco ha solucionado determinados problemas la donación indiscriminada y “absentista”. De repente, la idea de Mises del empresario como aquel que detecta oportunidades para, con los medios de que dispone, conseguir unos fines determinados, invade el mundo de la solidaridad y la filantropía.
El estado de alerta de quien busca un resquicio en el mercado para lograr su objetivo, característica del empresario de la Escuela de Economía Austriaca está ahí, en las propuestas de unos y otros, en la elección del tipo de forma jurídica que realizan, en los incentivos para actuar así… No les vale con el lavado de cara del cheque anónimo. Estos empresarios de éxito quieren que cada proyecto que apoyan salga adelante, y de la manera más eficiente. Porque saben de la importancia de la caña frente al pez. Pero también para dar ejemplo a los filántropos del mañana, sus hijos, las nuevas generaciones.
Por supuesto, hay voces que critican este tipo de aportaciones. Todavía hay muchas personas que creen que la “caridad” (palabra a la que cargan con las balas del sentido peyorativo) no es una solución y que es mucho mejor que sean los gobiernos, mediante los impuestos, de forma coactiva y sin preguntar, los que redistribuyan de los que tienen más hacia los que tienen menos. Se olvidan los años que llevamos con esa cantinela machacona chocando contra la tozudez de los datos. Más allá de la rebaja fiscal, que la hay y es un importante incentivo, están los proyectos que salen, las vacunas de los Gates, las bibliotecas de Andrew Carnegie, las becas a la investigación y al estudio de Rockefeller, y los proyectos que estos cientos de empresarios multimillonarios llevan a cabo cada año, y cuyos resultados se preocupan de medir, para corregir errores y obtener el fin planteado desde el principio: solucionar los problemas de los menos favorecidos. Y lo hacen mejor que los gobiernos. Nada nuevo bajo el sol.