Los inversores esperan y temen al mismo tiempo la posibilidad de deflación. Esta es la explicación más común y también la que encuentra Financial Times al bajo nivel actual de los bonos gubernamentales –en los que Enrique Roca nos desaconseja invertir-. Sin embargo, en Estados Unidos y Reino Unido estos mercados ofrecieron rentabilidades mayores durante la Gran Depresión, cuando la deflación era real y no sólo una posibilidad.
Por supuesto, también podría ser que esté ocurriendo algo más, algo que los economistas denominan represión financiera. Los propios gobiernos serían los causantes de esta represión, que desde Morgan Stanely ya bautizaron como opresión. En realidad, sólo se trata de una reacción ante la caída de los ingresos por medio de los impuestos. Como el Estado recauda menos se ve obligado a aumentar la presión fiscal y utilizar todo su poder cohercitivo –la subida de impuestos de la que llevamos tiempo hablando-.
El resultado de estas medidas y en general del uso del poder opresor de los estados en materia económica puede ser una devaluación monetaria, que iría desde añadir cobre a las monedas de plata -es decir, restarles valor- o simplemente la creación de nuevo dinero para pagar las facturas del estado -que es lo que se ha estado haciendo hasta el momento-. Y es que pese a los recortes y la falta de ingresos, los estados no pueden dejar de gastar. En última instancia, todo esto serviría para IPC Blog, lo que por una parte alejaría en fantasma de la deflación y por otra ayudaría a los intereses del estado, ya que reduce la carga de los préstamos anteriores. Además, la inflación no tiene el mismo efecto electoral que una subida de impuestos, por lo que la jugada parece redonda.
Pero como no es oro todo lo que reluce, si los inversores preven un escenario inflacionario e incluso de hiperinflación es muy posible que busquen refugio en divisas menos reprimidas. Para evitarlo también existen técnicas represivas algo más sutiles como por ejemplo que los bancos centrales mantengan los tipos de interés a niveles artificialmente bajos (en teoría se trata de entidades independientes que no tendrían por qué hacerlo). El resultado sería un menor gasto del gobierno en intereses pero a costa de burbujas de precios, que a su vez generarían ingresos al Estado por las ganancias de capitales. En este supuesto los impuestos parecen un precio asequible a pagar. Estaríamos ante una represión disfrada de liberalización.
El único problema es que las burbujas se traducen en pérdidas al estallar, pero por fortuna, los Gobiernos tienen otras fórmulas para exprimir a los mercados financieros: combinar grandes déficit con el funcionamiento normal del sistema bancario actual. El gasto en déficit provee de dinero a los bancos, que a su vez lo prestan al ciudadano -esto multiplica el dinero circulante- y una gran porción de estos nuevos fondos se invierten en deuda gubernamental. En teoría, bancos e inversores deberían invertir el nuevo capital proveniente del déficit en acciones, que valen más cuando los tipos son bajos, pero una buena legislación podría evitarlo y ‘ayudarles’ o ‘encauzarles’ hacia inversiones supuestamente menos arriesgadas. Al final, los rendimientos caerían a niveles deflacionarios.
El problema es que la represión financiera casi siempre implica algún tipo de tasa oculta y ahora mismo los compradores de bonos pueden estar pagándola sin saberlo.