Cada poco tiempo surge el eterno debate del copago sanitario, especialmente cuando vienen maldadas y el bolsillo del ciudadano se resiente, y las arcas públicas se quedan en situación de dificultad como para sostener la viabilidad del sistema nacional de salud. Pero no es un debate baladí, y debe de ser tomado con mucha rigurosidad.
El promover ideas a favor del copago es atentar de manera directa contra la universalidad de la sanidad, esencial al estado del bienestar. Las propuestas sobre la exención del copago para las personas con menos recursos evitaría eficiencia al sistema, ya que las personas con mayores ingresos no suelen utilizar el servicio público de salud, sino que acuden a centros privados.
Por tanto, la única forma de que un sistema de copago tenga cierto efecto sobre las finanzas del sistema nacional de salud es hacerlo universal, o dejando fuera al menor número de gente posible, con lo que tendría efectos perniciosos sobre la equidad social.
Una de las teorías que defienden el copago sanitario habla del filtro que supondría para las enfermedades ficticias, por llamarlas de alguna manera. Es decir, provocaría que sólo acudieran al médico aquellas personas realmente enfermas, ya que visitar el facultativo ya no sería gratis nunca más.
Sin duda, es una opinión que puede tener cierta validez, pero que caería por su propio peso si eliminamos a los jubilados del copago, ya que son precisamente este sector de la sociedad el que más utiliza los servicios sanitarios.
En definitiva, el debate está servido, el copago, un impuesto directo más, se explique como se quiera explicar, o el seguir como hasta ahora.