Un consultor, ya entrado en años, cuya vida profesional se había caracterizado por su capacidad para acometer con éxito numerosos proyectos simultáneamente, fue contratado, por una prestigiosa escuela de negocios, para dar una charla, a altos directivos agobiados por sus trabajos, sobre como optimizar su tiempo.
La expectación era muy alta ya que, dando ejemplo del objetivo propuesto, la exposición no duraría más de diez minutos.
El ya casi retirado consultor apareció en el aula con puntualidad británica. Entre sus manos portaba una caja de cartón, de medianas dimensiones, que depositó encima de la mesa destinada a los conferenciantes. Acto seguido sacó de la misma un gran vaso de plástico transparente. Sin solución de continuidad extrajo varias piedras, del tamaño de las mandarinas, procediendo a introducirlas en el vaso, llenándolo hasta el borde. En ese momento se dirigió al auditorio y les interpeló: Señores, ¿consideran ustedes que se ha llenado el vaso? La respuesta fue unánime, ¡sí, por completo!
Nuestro conferenciante procedió sacar de la caja una bolsa con grava menuda y a verterla en el gran vaso de plástico. La grava se introdujo en el mismo, ocupando los espacios vacios. Casi media bolsa se había vaciado cuando se comenzó a desbordar el vaso.
El auditorio se encontraba sorprendido; sorprendido y alertado, por ello cuando nuestro experimentado protagonista volvió a interpelarles sobre si estimaban ahora que ya estaba lleno el vaso, la mayoría de los asistentes manifestó que posiblemente cabría alguna otra cosa.
No se sintieron defraudados ya que a la grava sucedió una arena finísima, extraída de otra bolsa que acabó vaciándose por completo.
Ya no esperaron a que se repitiese la pregunta de rigor. Algunos manifestaron divertidos que algo más cabria. Y así fue, nuestro protagonista vertió parte del agua contenida en un botellín que la organización había puesto sobre la mesa.
Todos se sentían admirados y divertidos. Sus rápidas cabezas, acostumbradas a complejas decisiones, estaban prestas a sintetizar la lección.
Cuando se realizó la pregunta sobre ¿Qué hemos aprendido?, la mayoría de asistentes coincidió en que “por apretada que parezca una agenda siempre hay hueco para algo más”
¡No! – fue la respuesta –, no es eso. Lo que este experimento nos muestra es otra cosa más importante: si no se introducen primero las piedras grandes en el vaso, jamás se conseguirá meterlas después.
Y continuó, “¿cuáles son las grandes piedras en nuestra vida?; aquellas que le dan sentido a la misma: nuestra familia, nuestros amigos, los valores que nos hacen mejores personas. Si en nuestro trabajo no ordenamos nuestro tiempo en función de ellos, los perderemos, y nos perderemos a nosotros mismos.”
Entiendo que esta respuesta es válida para cualquier circunstancia, pero especialmente para estos momentos en los que se destrozan tantas ilusiones familiares y se frustran tantos proyectos profesionales.
Definitivamente hemos de priorizar lo verdaderamente importante para nuestras vidas y desde esa perspectiva acometer el resto de proyectos, y no al revés; solo así seremos realmente eficaces, ya que este equilibrio se transmitirá a los que nos rodean.
Artículo copiado, de vergüenza, por lo menos podias citar la fuente de donde lo has copiado… así no! Lo he visto en numerosas webs… en fin!