Finalmente el largo proceso electoral de EEUU está viviendo su última jornada. Llega la hora de la verdad en las que los ciudadanos tienen la palabra, o mejor dicho el voto. Las encuestas de intención de voto e incluso algunos recuentos iniciales, pronostican un resultado ajustado e incierto hasta la última papeleta.
Un resultado tan apretado es el peor enemigo para los mercados. Recordamos que la incertidumbre es de lejos el factor con mayor capacidad para desestabilizar los mercados financieros, y más concretamente las bolsas. De hecho, si se confirma una vencedor por un número ajustado de votos, estaríamos a las puertas de un probable recuento, si no total si al menos parcial o centrado en alguno de los Estados con capacidad para decantar la balanza hacia uno u otro partido y candidato. Recuento que equivaldría a iniciar un período de incertidumbre hasta que se conociese el resultado definitivo. Tendríamos riesgo bajista bursátil servido en bandeja.
Recordemos hace 12 años, en 2000, cuando se produjo un capítulo así, con recuento que duró varias semanas y unos cuantos votos decidiendo en el estado de Florida a favor del entonces candidato republicano George Bush. En esas semanas, los rumores y especulaciones sobre el resultado final y el programa económico que finalmente vería la luz fueron minando, vía incertidumbre, la paciencia de los inversores con un constante goteo en las cotizaciones bursátiles.
Es cierto que los candidatos y sus programas de entonces se consideraban bastante más alejados entre sí de los que ahora han presentado Obama y Rommey, quizá porque entonces Bush representaba un perfil mucho más conservador del que aparenta, o al menos ha intentado transmitir Rommey.
El debate sobre qué candidato puede tener un programa más favorable para la evolución de Wall Street queda en segundo plano teniendo el futuro presidente sobre la mesa de sus despacho asuntos con poco margen de actuación. El más relevante, el denominado “fiscal cliff” que el tiempo y ausencia de determinación y acuerdo para solucionar ha convertido en una auténtica “patata caliente” a resolver, máxime cuando hablamos de sostenibilidad fiscal en un país con el ratio creciente de endeudamiento que tiene EEUU.
Por tanto, quizá en esta ocasión no sea tan relevante para el mercado el nombre del nuevo presidente como el hecho de que haya un ganador y no se inicie un proceso post electoral de recuento que inyecte incertidumbre.