Las sociedades se mueven por aforismos universales que parecen inamovibles y que determinan el conjunto de decisiones supuestamente racionales de los individuos que las conforman, pero, en ocasiones, estos aforismos se rompen y hay que volver a reinventar el proceso de toma de decisiones.
Si había un aforismo instalado en el imaginario colectivo español este era que «los pisos siempre suben», lo cuál llevaba a que la inversión en vivienda fuera una opción eficiente y rentable, ya cualquier inversión inmobiliaria se revalorizaba de manera inmediata, a mayor velocidad durante los años de burbuja, pero siempre en tendencia ascendente.
Sin embargo, la llegada de la crisis económica dio al traste con este aforismo y se comprobó que la inversión en vivienda ya no era rentable, como bien demuestra la caída de precios desde el año 2007 hasta hoy, situada entorno a un 20% por la mayoría de los analistas.
Con este descenso de precios, la especulación inmobiliaria ha dejado de ser una opción ganadora para convertirse en perdedora, lo que ha terminado por condenar a la compraventa de viviendas al mero utilitarismo, es decir, a delimitar la necesidad de una vivienda como el único aliciente para invertir en un producto inmobiliario.
Y no se trata tan sólo de una tendencia coyuntural, ni de corto plazo, sino que el mercado está determinando que la especulación inmobiliaria, es decir, la inversión en vivienda con el único objetivo de obtener un beneficio gracias a la revalorización en el tiempo, no será eficiente durante los próximos años, al menos hasta que se absorba el stock de viviendas construidas sin vender que todavía sigue asolando al sector.
Un sector que utilizó la especulación inmobiliaria como fuente de demanda inagotable, y ahora se encuentra con una demanda diferente, una demanda puramente residencial, que no aprecia el valor de determinadas construcciones, no por su escaso valor, sino por su valor no adecuado para esta demanda en concreto, lo que retrasará, aún más, la recuperación del sector.