Como saben, España y Portugal compartieron brevemente su historia. En aquella época, tanto antes como después del efímero periodo de unificación, tuvieron el dudoso honor de ser las naciones pioneras de entre las que entraron en bancarrota en la historia económica moderna, superadas sobradamente sus finanzas por los proyectos imperiales de sus reyes, fuesen dos o sólo uno los monarcas que las gobernaran.
Curiosamente, el tipo de interés que pagó el Rey de España y Portugal para colocar su deuda entre los prestamistas es el mismo que tienen que afrontar los bonos de nuestro país vecino en la actualidad, es decir, el 7%. Además, los bonistas en aquella ocasión también eran alemanes, los Fugger de Augsburgo, igual que ahora lo son los bancos comerciales germanos, los cuales poseen deuda de los países en problemas por valor superior al 10% del PIB alemán.
Seguramente sea este último dato una razón explicativa importante de la flexibilidad de Alemania en su apoyo a la ampliación del fondo de rescate permanente, los 750.000 euros que aportarán la UE y el FMI en 2013 para tranquilizar a los futuros bonistas. Tranquilidad, por cierto, que Portugal ha casi suplicado que fluya de manera más urgente si cabe, apelando a un lógico “¡cuán largo me lo fiáis!”, tratando de reducir su prima de riesgo lo más rápidamente posible con la ampliación del fondo de rescate actual, el temporal.
Y tras el rescate de Grecia, Irlanda y Portugal a futuro (los tres cerditos según la poco afortunada ocurrencia del Financial Times), los más agoreros piensan que pueda venir el lobo, subespecie “signatus”, lo que explicaría el tamaño del fondo de rescate permanente, muy por encima de los 200.000 euros que han necesitado conjuntamente griegos e irlandeses.
No obstante, e independientemente de que Portugal o España sean o no rescatadas, alguien deberá poner el cascabel al gato, gato que ya ha provocado que algunos países tengan que pagar sus rescates con severos recortes fiscales en época de estancamiento o que se vean obligados a colocar su deuda con intereses que pueden ser insostenibles a medio plazo. Mientras quién tiene que poner el cascabel se decide, seguiremos viendo la potenciación de los fondos de rescate de las deudas soberanas en problemas, muy posiblemente alguna reestructuración de dichas deudas y, ¿por qué no?, alguna salida temporal del euro. O quizás volvamos al tiempo de Felipe II.
Puede que el cascabel se llame Unión Económica Monetaria y Fiscal (UEMF) o puede que sea suficiente con algún avance en esta dirección. A James M. Buchanan le dieron el premio Nóbel por teorizar sobre este posible paso intermedio o definitivo, el del control de las decisiones de los actores públicos, en este caso especialmente las referidas al ámbito presupuestario.
En este sentido, es innegable que el Pacto de Estabilidad no ha resultado lo suficientemente firme. La rigurosa Alemania lo ha incumplido en media docena de ocasiones, incluyendo 2010. Las sanciones, visto lo visto, no parece que hayan creado una cultura de respeto a lo pactado precisamente. No conviene olvidar que el dinero que manejan los políticos no es el suyo. El político, como es lógico, valora más el poder político, que sí le pertenece, que el dinero que gestiona.
Sin embargo, imaginen la siguiente sentencia emitida por un juez de un alto tribunal europeo: “por incumplimiento de la ley de control fiscal firmada por los miembros de la UE en diciembre de 2011, el grupo parlamentario TAL del Parlamento Europeo, con funciones de gobierno en el estado sancionado, deberá ceder dos escaños al grupo parlamentario CUAL, cesión que será firme en fecha no posterior al mes transcurrido desde la lectura de la sentencia firme” La mayoría de ustedes, yo también, pensarán que esto es ciencia ficción, pero quizá lo único que se necesite es resucitar a Montesquieu en la persona de Buchanan. Aunque es obvio que no será nada fácil.