André Kostolany (Budapest, 9 de febrero de 1906 – París, 14 de septiembre de 1999) fue un especulador y experto en bolsa reconocido mundialmente.
Como buen especulador, a pesar de acabar sus días como millonario, pasó por la cruda experiencia de la ruina y hundido en sus deudas llegó a pensar en el suicidio. La especulación y sobretodo la pérdida total del capital invertido eran conceptos que André conocía perfectamente, ya que cuando “Kosto” todavía era muy joven, su hermano Emmerich, que en aquel entonces era empleado de banca, se sintió también arrastrado por la fiebre de la especulación y en compañía de algunos amigos, especuló en commodities.
Al principio, todo pareció irles bien. Sin embargo, cuando el mariscal de campo Hindenburg derrotó a los rusos en Tannenberg, Prusia Oriental, sobrevino una gran caída bursátil, en la que Emmerich no sólo perdió todo lo invertido, sino que acabó hipotecado hasta las cejas. Cuando en esa dramática situación, Emmerich empezó a hablar de suicidio, su padre tuvo que liquidar las deudas y no se volvió a mencionar la palabra especulación en la familia Kostolany.
Tras el desafortunado acontecimiento se produjo un movimiento en los mercados que elevó la cotización de la cartera de Emmerich, pasando de una situación de ruina al haber liquidado las posiciones a una posición de grandes beneficios si hubiera tenido la capacidad financiera suficiente para aguantar el golpe bajista, eso le enseñó a André una gran lección: “En la bolsa las cosas ocurren al principio de manera distinta a como se pensó y sólo después se enderezan y suceden como se había esperado. Cuando, pese a todo, se gana dinero en la bolsa, es el salario del dolor, primero llega el sufrimiento y después el dinero”. (Él resume este hecho en la frase: En bolsa 2+2 = 5-1)
Su método de especulación se basaba en la opinión contraria. Subirse al tren cuando todos bajan, cuando cunde el pánico, cuando todo el mundo se saca los papeles de encima y las cotizaciones se derrumban, cuando todos venden a cualquier precio, para limitar pérdidas o por miedo, cuando los inversores se desprenden de los títulos como si los mismos tuvieran lepra. En ese momento es cuando hay que pegar el manotazo, para después vender todo en plena euforia, cuando las cotizaciones hayan explotado, cuando los títulos son recomendados hasta en la peluquería, cuando se recomiendan acciones en todos los medios y revistas, cuando se habla de ganar plata en la bolsa hasta en las iglesias y en los almacenes. Entonces hay que vender todo. Sacarse de encima hasta los papeles más queridos y amados.
En una de sus últimas intervenciones televisivas en el canal SAT1 alemán, describía de esta forma los crash bursátiles. Muy simple, pero clarificador.