El pasado día 30 de abril, Joschka Fischer, que fue ministro de Relaciones Exteriores y Vicecanciller de Alemania (1998-2005), manifestaba que: “Aunque los mercados mantuvieron la calma, la crisis chipriota dejó al descubierto en toda su magnitud el desastre político causado por la crisis de la eurozona: la Unión Europea se está desintegrando desde el núcleo. En la actualidad, los europeos atraviesan una crisis de confianza respecto de Europa, que no se puede resolver con otra inyección de liquidez por parte del BCE y que, por tanto, es mucho más peligrosa que una recaída de los mercados.”
Y es que los padres de la unidad europea tenían muy claro que para superar los continuos antagonismos y enfrentamientos sangrientos entre europeos, era preciso desarrollar un marco político que se sostuviera sobre dos premisas principales: un sistema de decisiones basado en el dialogo y el consenso, entre los países vinculado a dicho marco político, así como el paulatino desarrollo de una mentalidad europea, que se caracterizara por un mayor conocimiento del pasado común, entre los ciudadanos integrados en dicho marco, así como el refuerzo de los sentimientos comunes, cara al establecimiento de metas sociales comunes, compartidas por todos.
Donde no existe un hecho social resulta imposible sostener, pacíficamente, un orden político.
Solo las personas que son capaces de reconocerse mutuamente, sintiéndose reflejadas en sus conciudadanos, son capaces de organizarse en un Estado.
Los últimos años se han caracterizado, por parte de los máximos responsables de la Unión Europea, por desarrollar una acción política basada en un espíritu que es todo lo contrario de lo que establecieron los “padres” de la unidad europea, que hasta el momento es lo que se ha mostrado como más eficaz.
Y es que, en el orden práctico se ha sustituido la acción política basada en los valores del Peneuropeismo, por un Pangermanismo, de visión cortoplacista, que esta anteponiendo la defensa de las grandes corporaciones a la de las personas. Esto puede resultar coherente con la mentalidad de Ángela Merkel, educada familiarmente en un luteranismo radical, e ideológicamente en las juventudes comunistas de la Alemania del Este, con escasos estudios humanísticos, pero su precisa de la colaboración activa de los actuales gobernantes del resto de los países miembros de la zona euro, y esto es más difícil de explicar. Personalmente me recuerdan a los afrancesados que en 1808 colaboraron entusiasmados con el régimen de Napoleón, para someter a su yugo a los ciudadanos españoles.
El Pangermanismo se manifiesta en la aceptación, sin replica intelectual alguna, del modelo de política económica-monetaria adoptado por Alemania, en los 90, para superar su crisis interna, fruto de la reunificación, sin tener en cuenta que las circunstancias fueron en aquel momento muy distintas a las actuales, a pesar de lo cual Alemania incumplió descaradamente los límites establecidos para el déficit público.
Cuando afirmo que se han antepuesto intereses de parte a los generales de la sociedad no uso de demagogia alguna, todo lo contrario, ya que conviene recordar que los “pobrecitos” acreedores cuyo dinero “se han llevado” los países periféricos, son entidades con carísimos equipos especializados en el análisis de riegos, que mientras obtuvieron beneficio de sus préstamos eran muy felices, pero a los que el riesgo – connatural con la economía de mercado – de perder una buena parte de lo prestado ha “puesto tristes”. Lo que tiene que interpretarse como que “ellos solo juegan para ganar”. Y esto es lo que se ha asumido. Los créditos dudosos o morosos entre bancos se han acabado trasladando a los Estados.
Pero con todo, lo peor de este proceso es que se está creado un espíritu de confrontación social, por el que a los ciudadanos alemanes – por poner un ejemplo – se les justifica su precariedad en el empleo y sus trabajos basura (que los tienen y en abundancia) por culpa de los españolitos juerguistas, no de la incompetencia de sus gobernantes, y esto traerá consecuencias.