Visto el fracaso meteorológico de nuestra Semana Santa católica y conocidas las noticias económicas de los últimos días, no sería descartable la recuperación del culto griego a los dioses del sol y del viento. El calor de Helios, combinado con la resistencia de Gadaffi ante la aviación occidental, provocó que la recepción de turistas creciese un 2,9% en el primer trimestre del año. Uno de cada tres visitantes tuvo como destino Canarias. La fuerza de Eolo llevó a que los primeros productores de electricidad en marzo fuesen nuestros modernos generadores, que cubrieron el 21% de la demanda.
Efectivamente, la economía española se parece cada vez más a una playa de Cádiz, una mezcla de sol y viento, recursos naturales de los cuales los españoles obtenemos en un porcentaje cada vez mayor nuestra energía y que exportamos, en paquete turístico que consta de mix de bronceado, paella y sangría, a los compatriotas de nuestra Gran Hermana económica particular, la señora Merkel.
El problema es que vivir de esta manera tan económicamente animista presenta algunos inconvenientes. Por el lado de la demanda, no se puede esperar que las revueltas del norte de África duren para siempre. A más largo plazo, parece lógico pensar que no sólo Túnez, Egipto o Marruecos absorberán de nuevo los turistas que nos han venido a visitar este trimestre y que vendrán de nuevo este verano en crecida según las previsiones del Gobierno. Los destinos turísticos se multiplican y muchos de ellos son de sol y playa. Y más baratos.
Por el lado de la oferta, el hecho fundamental es que el coste marginal de producir una unidad de energía renovable, primada o subvencionada, es bastante superior al de producir la misma unidad en Garoña. Cabe recordar que uno de los principales problemas de la economía española es el de la competitividad. Cabe recordar también que España no es una zona sísmica ni de tsunamis ni somos soviéticos. Para el que se centre en los costes ecológicos, también se puede recordar cuánto dióxido de carbono emite una central nuclear. Para el que se centre en los costes humanos, cabe recordar que las muertes por accidente de tráfico en el mundo desde 1986 rondan los 25.000.000 de personas y que las muertes anuales asociadas a la contaminación en Europa están por encima, en un solo año, de las que ha causado Chernóbil en 25 según los cálculos de Greenpeace, obviamente nada sospechosos de minusvaloración. Por eso, una vez pasado el síndrome Fukushima, de nuevo hay que repensar nuestros costes energéticos, esperando que la tecnología mejore la eficiencia de las energías renovables pero también, claro está, la seguridad de las centrales y la mejora en la gestión de los residuos radioactivos.
Sol y viento. Repensar nuestro modelo energético y nuestro modelo económico. Seguro que alguien lo ha repensando ya. De hecho, se están proponiendo cambios y, para una gran mayoría de economistas, existen numerosas coincidencias. ¿Aparecerá alguien, tras este año electoral que comienza en breve, dispuesto a poner en práctica lo pensado?
Artículo de Ricardo Plaza
Imagen – Emilio del Prado