Para muchos el nuevo gobierno, tanto en su composición, como las primeras medidas adoptadas, deja un regusto agridulce o, incluso, decepciona. Quizás es aún pronto para juzgar, puede que las medidas que se han adoptado sean señales al exterior o puede que se haya decidido por un estilo continuista para evitar recelos. Muchos esperaban medidas decididas y señales claras de un cambio de rumbo. Por ahora de eso nada. Lo que tenemos es un gobierno formado por políticos profesionales, en el mejor de los casos gente que nunca ha salido de un despacho oficial, también una selección que parece hecha para no descontentar a nadie y alarmantes problemas de comunicación con unos ministros contradiciendo a otros después de unos pocos días de gobierno.
El desasosiego de la gente está cerca del umbral para que todo el castillo de naipes se derrumbe. Desde hace un tiempo se pueden oír comentarios que hace poco eran impensables: se cuestiona el sistema en toda su extensión, desde la existencia de las autonomías a la integración europea pasando por el senado, la Corona o la propia constitución. Ha habido brotes de rebelión ciudadana. Muchos se sienten engañados y con razón.
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