Veinticinco años después de redactar la Constitución Española, uno de sus ‘padres’ me reconocía en una entrevista que, con lo de las autonomías, “hicimos lo que pudimos” ante las presiones de vascos y catalanes de ser lo más independientes posible bajo amenaza de guerra civil. Sabían que habría que cambiarlo o mejorarlo con el tiempo, porque era un experimento total, y lo advirtieron. Ahora han pasado ya más de tres décadas, y la degeneración política y administrativa de ese enjuague sin renovar de 17 regiones con diferentes grados de autonomía y escasa lógica, resulta que es hoy una de las claves en negativo de que España esté al borde la quiebra.
Soy de origen alcarreño, pero después de vivir siete años en el País Vasco y centrar mi vida profesional posterior en Madrid hace más de una década, todavía comprendo mejor el egoísmo ombliguista de la capital y las reivindicaciones de la lógica nacionalista vasca, que la congruencia de una Comunidad como Castilla-La Mancha u otras similares. Si a eso le añades los desmanes autonómicos de las casi extintas cajas de ahorros por toda España, la nula ortodoxia contable de las consejerías autonómicas de turno, el nuevo caciquismo desarrollado de las cúpulas empresariales provinciales y regionales, o el reducidísimo nivel intelectual, moral y social de la clase política regional (que es también la nacional), el resultado es que lejos de encauzar aquel experimento de los padres de la Constitución, lo que hay es una desmoralización y desmotivación ciudadana frente a la España de las autonomías cada vez más marcada.
El catedrático de Derecho Constitucional, Jorge de Esteban, explica con brillantez hoy en El Mundo el fallido intento administrativo de arreglar el entuerto autonómico constitucional. Lejos de su sabiduría, un mero ejercicio de periodismo económico que pudiera calcular el impacto que tal evolución tiene en el debe y el haber contable de todo el país, concluiría que la prima de riesgo en más de 600 puntos y una financiación a más del 7% es todavía poco. Quién se puede fiar para prestar su dinero a una historia como la de la España autonómica sin cobrar por ello un interés a prueba de impagos. Y avisando a todo el mundo de que las cosas en España no están para dar duros a pesetas, digan lo que digan sus políticos. Esto ya lo entienden y lo comentan en los corrillos más recónditos de nuestra geografía, independientemente de la preparación o el nivel de estudios de quien lo diga. La prima de riesgo es parte ya de la familia, esa parte que refleja el derroche y la falta de orden.
Ni han funcionado las autonomías del sistema común desde el punto de vista político y social, ni ha funcionado como debiera su modelo de financiación, que lleva más de diez años reforma tras reforma, sobreviviendo a base de prestados y porfías, más que con el rigor con el que debiera funcionar. Un verdadero cambio que haga crecer la confianza en quienes nos dejan si dinero para que vivamos, los famosos mercados, pasa por ordenar la estructura económica y el fundamento político de la estructura autonómica española. Internet y las nuevas tecnologías han hecho que conozcan nuestros trapos sucios y nuestros errores (inmobiliarios sobre todo) en cualquier parte del mundo y lo que antes podía pasar desapercibido, ahora navega libre en todas las redes sociales. Todo lo que pasa se conoce en todo el mundo. La información privilegiada es ahora mucho más privilegiada y restringida que nunca.
Si no se lanza un mensaje claro al mundo de que se va a atajar la juerga autonómica en España, se van a desenmascarar las supuestas empresas públicas que nacieron como setas en épocas de bonanza inmobiliaria, se van extinguir las entidades financieras seudopolíticas y se va a colocar a la clase política regional en su sitio, nadie se va a fiar de las cuentas públicas españolas, por más rescate que den para nuestros bancos o para nuestro país, que para el caso es lo mismo. Frente a ello, el mensaje son decisiones que recortan el consumo a corto y medio plazo, reducen la actividad y generan un estado de incertidumbre social en el país que todo lo corroe. Si finalmente rescatan a España como país los hermanos mayores de la UE, no será por culpa de nadie, será porque nos lo merecemos, después de más de diez años de decisiones políticas sin visión de futuro ni amplitud de miras.