Hubo un tiempo de bonanza económica en que la práctica habitual del Gabinete del Ministerio de Hacienda era calcular los ingresos impositivos siempre con el mínimo aumento (apenas el correspondiente a la subida prevista del PIB) y luego, si se recaudaba más, todo eran titulares positivos sobre la buena marcha de la economía y la buena gestión de sus responsables. Pero aquel “círculo virtuoso” de Rato y Montoro, auspiciado por el boom inmobiliario, terminó. La situación no permite ahora hacer una estrategia similar ni de lejos. Y eso que si nos fijamos en los incrementos previstos en los ingresos impositivos de estos Presupuestos, las subidas son sospechosamente moderadas para 2013.
Y si así hubiera sido, esta vez iba a dar igual. Por primera vez en más de dos décadas pendiente de la información económica mas importante del año, los Presupuestos, se ha hecho evidente que son lo menos importante del momento. “¿Qué vienen otros recortes? ¿Más? Imposible. Ya da igual”, ese es el sentimiento que hay en la calle, entre la gente, que aguanta como puede el fin de mes. El problema es que esa rebeldía en pasivo para la mayoría y en activo para unos pocos, les ha quitado todo el sentido a unos Presupuestos
Hay demasiadas evidencias que dejan por tierra la literatura de los sesenta tomos de cuentas públicas que se han depositado en el Congreso este año. Por un lado, se ha visto con claridad la poca consistencia que siempre tuvo, frente a la crisis, el argumento de que España tenía margen de emisión de Deuda Pública para salir adelante. Parece que nos hemos dado cuenta de repente que todo lo que se pide, luego hay que pagarlo, y resulta que en las cuentas públicas crece la financiación de la Deuda más que cualquier otro gasto. Lógico.
Por otro lado, lo de la previsión de decrecimiento del 0,5% para el año que viene, resulta, cuando menos, voluntarista. Ya no es cosa de recordar que todos los organismos internacionales auguran más de cinco veces esa caída. Sólo hay que fijarse en el informe Wyman que sobre la solvencia de la banca española se hizo público el día antes de los Presupuestos: los cálculos se hicieron sobre un escenario malo para España en el que la caída del PIB se estimaba en el entorno del 6,5%. Piensa mal y acertarás, dice un refrán español.
Y por último, son unas cuentas en las que se intenta atar el gasto del Estado con las Comunidades Autónomas y se retrasan las inversiones electoralistas que se hicieron para nuevas infraestructuras y servicios. A muchas comunidades autónomas les preocupa más no poder inaugurar un tramo de autovía, que pagar la parte que le corresponde de la Dependencia, olvidada ya como derecho social. Cuando el problema no es ese, es un modelo de Estado autonómico agotado.
La puntilla a los Presupuestos se la pone la vida real. La sociedad puede aguantar poco más el sacrificio de pagar lo que las cajas y los bancos se gastaron de más para hacer ricos a unos cuantos, que ahora no pagan por sus errores. La Constitución se presenta como un freno a la regeneración de la estructura territorial de España, ahogada por el gasto político de un modelo autonómico derrochador. La oposición socialista está más pendiente de lanzar la vía del modelo federal futuro, que traiga votos, que de cuidar el bienestar de los ciudadanos, impotente ante la mayoría absoluta gobernante. Y la Monarquía y el Ejecutivo se ensañan en contar fuera de España lo buenos que somos y lo bien que nos va, pensando que la prensa americana va a hacer el mismo seguidismo político que hace la española. Si miramos fríamente lo que tenemos delante, lleva razón la gente de la calle: los Presupuestos son lo de menos…
Foto: CC Daquellamanera