La programación del fin de la vida útil de un producto para que se vuelva inútil, después de un tiempo calculado de antemano para que la economía posea ciclos circulares. También lo podemos llamar fecha de caducidad.
Cualquier producto patina, obligando al consumidor a adiquirir otro parecido o mejor, y así una y otra vez. Esto no es coincidencia, es premeditación, con el objetivo del lucro económico inmediato, sin que tengan ningún valor el cuidado y respeto del medio ambiente ni del ser humano. La armonía y el equilibrio han sido traicionados.
Sin embargo, para las empresas, la obsolescencia programada estimula positivamente la demanda, al ‘obligar’ a los consumidores a comprar aceleradamente y sin necesidad real. Es decir, hemos caído en la rutina. ¿Qué opinarían los ciudadanos de a pie, si descubrieran que las marcas invierten una gran cantidad de dinero en traicionar los conceptos de durabilidad y calidad del producto, al contrario de lo que pregonan? Y digo descubren, porque creo que esta característica es ignorada por la población en su mayoría.
La falsedad en la comercialización ha sido encubierta. Estudiando el tiempo óptimo para que el producto deje de funcionar correctamente, se libran de que el consumidor pierda confianza en la marca. Otras veces crean un producto determinado, que más adelante se vende (exactamente el mismo) únicamente cambiando su diseño.
Pero seamos sinceros, y dejémonos la moral a otro lado. Esta característica es tan necesaria que de no existir, no existirían ni el 70% de los actuales puestos de trabajo. Vivimos una sociedad alterna al desarrollo, pues es prácticamente desconocida una propuesta que se superponga a la obsolescencia. Es tan rutinario como que el dinero solo tiene valor una vez que se mueve. Podemos imaginar un mundo sin obsolescencia, sí, se ahorraría energía, no quedarían restos de residuos y disminiuría el CO2, pero todo eso gracias a ignorar descaradamente la vida útil.
Hoy por hoy, alcanzar a deshacernos de tal no tendría concepto de utopìa, si no de quimera, dada la posibilidad del asunto. ¿Sabríamos vivir con utensilios que durasen toda la vida?
Si bien este hecho puede mantener girando la rueda de consumo que caracteriza a nuestra sociedad también supone un problema para nuestros bolsillos y para el medio ambiente.
Imaginemos un mundo donde nada tuviese que ser sustituido. ¿Qué pasaría con la producción y con los empleos derivados? ¿y con los precios?
Este tipo de economía no cabe en el mundo contemporáneo. Cabría en una sociedad de trueque y ociosa. Los empleos se alternarían entre los ciudadanos como trabajos sociales y simplemente llegaríamos a una autarquía mundial. Como ejemplo, cabe destacar una bombilla en Livermore que lleva funcionado más de 100 años. O frigoríficos eternos de la Alemania del Este.
¿Alguien ve posibilidad a renunciar a este factor? O quizás simplemente sea un rodamiento que hace girar nuestra economía. El consumismo ha llegado para quedarse y sus discípulos suelen llamarse 1000 horas de vida, o inclusive menos. Dejo un documental interesante para el que quiera informarse más allá de esta pequeña reseña.
@TroikaEconomica