Grecia sufre una grave crisis. Sin dinero y con deudas que exceden su capacidad de pago, a Grecia no le queda otra que realizar una reestructuración de su deuda. Esta es al menos la conclusión a la que llega Goldman Sachs, que cree que más tarde o más temprano la cuna de la civilización deberá reestructurar su deuda.
Esta reestructuración parecería inevitable, independientemente de que lleguen las ayudas prometidas o no. La razón es simple: un gran paquete de rescate plurianual combinado con una reestructuración voluntaria de la deuda crearía mucho mayor espacio para que el Gobierno tomara las reformas necesarias. De otra manera, con la espada de Damocles que significa su abultada deuda, no podría ser factible una salida duradera a la maltrecha economía griega.
Algunos especialistas dicen, incluso, que los mercados ya están descontando alguna clase de cambio en el calendario o alguna clase de oferta de intecambio sobre la deuda. Por lo pronto, el riesgo país griego se dispara hasta valores cercanos a los 600 puntos básicos y algunos de sus bonos de largo plazo ya rinden cerca del 10% anual.
Pero esas no son los únicos indicios de lo que puede venir. La agencia Moody’s bajó la nota de Grecia y abrió la puerta a un nuevo recorte en la financiación del estado heleno. La calificadora justificó la decisión en el “riesgo significante” que supone el creciente costo que asume Grecia para financiarse, y que llevó a que la rentabilidad de los bonos griegos haya tocado su máximo desde que el país entró en la eurozona.
De esta manera, la calificación de la deuda pública de Grecia bajó desde la A2 hasta la A3 y mantiene la posibilidad de una nueva revisión a la baja. Esta nota coloca al bono griego a cuatro escalones del temido bono basura.
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