China elige líder ante el reto de apostar por crecimiento económico o igualdad social

Pekín y el mundo entero tienen la mirada puesta en el 18º Congreso del Partido Comunista Chino del próximo jueves, ocho de noviembre, día en el que  Xi Jinping, personalidad clave del Partido, está llamado a suceder al actual presidente Hu Jintao, y que sin duda marcará la hoja de ruta que el gigante asiático deberá seguir a partir de ese momento y que buscará el mantenimiento de un crecimiento económico estable durante al menos los próximos cinco años.

Las conclusiones a las que llegue la Comitiva y su praxis serán claves para las relaciones internacionales, pues ahí empezará la configuración de un nuevo orden mundial en la que posiblemente el gigante asiático pueda desbancar a EE.UU de su papel hegemónico. Y lo cierto es que esto asusta, sobre todo si se ve desde la óptica del neoliberalista occidental.

¿Quién es Xi Jinping?. El secretismo gubernamental hace que no se conozca mucho sobre su persona, pero los desafíos que tendrá que asumir hacen que la  prensa internacional y en palabras del semanario The Economist, sea considerado como «el hombre que debe cambiar China», ya que tendrá que poner en marcha una reestructuración económica que impulse a la economía china por la senda del crecimiento y disminuir las grandes desigualdades que actualmente azotan al país, así como lograr una distribución de la riqueza más equilibrada.

Por lo tanto, ¿estamos ante una posible apertura y democratización de China?.  Muchos son los rumores de que así será, pero lo cierto es que Xi Jinping parece apostar por una estabilidad política cada vez más difícil de sobrellevar debido al panorama de tensiones y desaceleración económica al que tendrá que hacer frente. Para ello, deberá romper con el pasado y recuperar la pérdida de credibilidad del pueblo hacia su partido en los últimos tiempos. Cuestión está que choca con las posturas más conservadoras y rígidas de su partido.

Entre los retos que tendrá que afrontar el nuevo dirigente destacan la necesidad de afrontar los efectos que la crisis global está provocando en el gigante asiático, lo que pasa por afianzar sus relaciones comerciales y económicas con la comunidad internacional y especialmente, con EE.UU, para reducir la dependencia de las exportaciones y atraer las inversiones y capitales extranjeras hacía el país.

Una vez estabilizada la economía deberá corregir el desequilibrio social, en un clima de tensiones crecientes ante los casos de corrupción gubernamental,  abuso de poder, la falta de derechos y libertades y la ausencia de pluralismo político.  El nuevo mandatario, frente al mecanismo de represión utilizado tradicionalmente, deberá dar más libertades al pueblo, cuestión bastante complicada en un país de base comunista y férreo autoritarismo.

Y todo ello, deberá realizarlo garantizando la hegemonía política del partido y corrigiendo los problemas de liderazgo que amenazan al régimen. No podemos olvidar que el crecimiento económico pasa  por una mayor apertura del gigante asiático a los mercados internacionales y una revisión del modelo económico que lleve a un proceso de mayores privatizaciones, la cual tiene sin duda una incidencia directa en otros ámbitos.

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