La última quincena de julio es uno de los periodos más intensos de trabajo y actividad en España tradicionalmente, dado que estamos acostumbrados a que en agosto todo el mundo cierre por vacaciones. Y si bien es cierto que todos apuramos julio para cerrar todo lo que le queda pendiente antes del veraneo, también lo es que en los últimos años hemos tenido un agosto caliente. Desde que hace un lustro saltara a la palestra la crisis de las “subprime”, sobrevenida desde el otro lado del Atlántico, pero con una réplica perfecta en el sector inmobiliario español, el vaivén de los mercados, la crisis financiera mundial, la propia crisis española, etcétera, no nos han dejado parar sin sustos ni siquiera en agosto.
Y este año menos todavía. Resulta gratificante saber que el Gabinete de Rajoy se ha marcado apenas quince días de vacaciones, y condicionados a estar cerca del centro capitalino por si las moscas. No es ni más ni menos que lo que les está ocurriendo a muchos trabajadores y empresarios, que necesitan más horas y volumen de negocio para cerrar el año, no ya en los mismos niveles del pasado, sino salvando los muebles de este. Y a expensas de que el ejercicio que viene sea un poco mejor, o al menos no tan malo.
Ante crisis sobrevenidas o sucesos inesperados, el director de un gran periódico de este país nos decía siempre lo mismo: hay poco tiempo para reaccionar, pero si nos paramos a pensar diez minutos lo que cada uno tenemos que hacer, ahorraremos muchas horas de trabajo para todos y llegaremos a la calle con todos los hechos en orden y bien contados. Y funcionaba. Ahora estamos ante un mes de agosto que empieza en pleno acuerdo de los dirigentes de la Eurozona y el BCE para hacer las cosas de forma coordinada y efectiva, y evitar que las tensiones especulativas sobre el euro arruinen el futuro de nuestro país. Tal vez sería muy bueno aplicar por analogía la técnica del director del periódico, y aprovechar un hipotético mes de agosto menos convulso, para ordenar bien las cosas que hay que hacer en lo que resta de año y en el que viene.
Son timings y escalas distintas, pero la teoría es la misma. Llevamos ocho meses de Gobierno repletos de decisiones políticas inesperadas, fuera de programa, irremediables y necesarias tal vez, pero mal comunicadas y explicadas en demasiadas ocasiones. Aprovechar el ralentí de agosto para poner estrategias y estructuras en orden, en pos de no desorientar más a la gente, puede eliminar incertidumbres, por duras que sean las medidas a tomar, y evitar noticias como que la intención de voto cae en todos los partidos, sin paliativos. Si las decisiones no están claras, la desconfianza en la clase política española aumenta y no logramos parar la crisis del euro, no echaremos el cierre por vacaciones solo en agosto, sino hasta final de año, sine die y con una crisis económica sin dirección política que valga. Y eso sería muy grave para todos.