Gordon Gekko, el gran tiburón de la película Wall Street, ha tardado 23 años en reaparecer en la gran pantalla. El mercader de la bolsa sin escrúpulos que labró su mito en 1987, el año del crash que provocó pérdidas de 500.000 millones de dólares sólo en Estados Unidos, vuelve tres años después del comienzo de la gran crisis financiera que todavía asola a los mercados y las economías mundiales.
¿Cómo era el Wall Street que devoró a un Gekko condenado por blanqueo de capitales, fraude financiero y asociación ilícita y el que hoy le recupera como autor en 2008 de un libro que se pregunta si la codicia es buena? El análisis de lo que pasó en los mercados entonces y ahora arroja similitudes tan sorprendentes como inquietantes.
El 19 de octubre de 1987, el índice Dow Jones cayó en una sola sesión un 22,6%. Ni siquiera el lunes negro del gran crack de 1929, cuando el índice cayó un 12,82%, se acerca a esos dígitos. Sólo en 1914 hubo una día más sangriento para el mundo del dinero. Esa jornada las bolsas reabrieron sus puertas tras cuatro meses cerradas como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
Aquel mes de octubre de hace 23 años, la foto fija de los mercados se parecía mucho a la que podríamos hacer cuando en 2007 estalla la crisis financiera. E incluso a la de hoy mismo. Mostraba una fuerte caída del dólar, una potente subida del precio de las materias primas, un buen puñado de años de avances anuales consecutivos en bolsa y la aparición de un rival capaz de competir con los mismísimos Estados Unidos. Entonces era Japón y hoy es China.
Y por supuesto la codicia, ese denominador común no ya de cada gran caída bursátil, sino de cada una de las 24 horas en las que sin respiro alguno gira la rueda de los mercados financieros desde Asia hasta Europa, desde Europa hasta Estados Unidos y vuelta a empezar.
Dice Gekko en “Wall Street, el dinero nunca duerme” que «la codicia ya no es que sea buena sin más, sino que es absolutamente legal». Es la misma codicia del rey de los mercados en la década de los ochenta, Michael Milken. Reconvertido hoy en filántropo –como otro gran tiburón de los mercados, George Soros-, Milken arrastró a los inversores más prestigiosos de Wall Street a invertir en bonos de empresas de alto riesgo a cambios de altas rentabilidades.
El impacto en los mercados fue tan extraordinario como la caída de un hombre al que Rudolph Giuliani, abogado antes que célebre alcalde de Nueva York, puso en el ojo del huracán. Acusado de manipulación y uso de información privilegiada, fue condenado a 10 años de cárcel y se le prohibió trabajar de por vida en el mundo financiero. La revista Time le dedicó una portada con el titular La caída del gran depredador.
La historia del rey de los bonos basura no se puede parecer más a la de Bernard Madoff, el gran icono del estafador de altos vuelos moderno. Hay diferencias, claro. La más importante es que muchas de las empresas que Milken financió con sus famosos bonos acabaron saliendo adelante. Mientras, Madoff se limitó a engañar a sus incautos clientes, seducidos por el hombre con la clientela más selecta de la industria mundial del dinero. Se podrían haber esfumado hasta 40.000 millones de euros en todo el mundo, 3.000 de ellos en España.
Así se escribe la historia: de los bonos basura a la basura subprime de nuestros tiempos. Y antes, allá por el año 1929 que dio inició a la Gran Depresión, los célebres trust financieros. ¿En qué se parecen? En que demostraron que la ingeniería financiera va siempre por delante de la regulación, en que hicieron ricos y luego arruinaron a los inversores más poderosos y en que se disolvieron como azucarillos cuando las economías y, sobre todo el crédito, se contrajeron.
Cambio de ‘look’
Desde el Gekko de 1987 hasta el de 2010 poco ha cambiado en el mundo del dinero… salvo la estética. La década de los ochenta del siglo pasado fue la de los yuppies. Tipos jóvenes, engominados, amantes del lujo y los tirantes y con un déficit de escrúpulos extraordinario. Hoy, los que mueven la bolsa son personajes mucho más discretos, que apenas se dejan ver. Han aprendido que el anonimato que ofrecen unos mercados casi 100% electrónicos es poder.
Pero los nuevos dueños de la bolsa manejan las claves de la codicia con la misma habilidad y torpeza que entonces. Unas claves sin las que los mercados financieros no tendrían razón de ser ni tampoco hubiera sido posible la quiebra de Lehman Brothers hace poco más de dos años.
Tres años después del comienzo de la crisis, los paraísos fiscales siguen funcionando casi a pleno rendimiento, los productos especulativos de alto riesgo se siguen vendiendo y algunos de los mayores bancos del mundo siguen generando en los mercados la mayor parte de su beneficio.
Aunque nunca lo reconocerían, los amos de los mercados suscribiríán palabra por palabra el discurso de Gekko hace 23 años: “La codicia es conveniente. La codicia funciona. La codicia expresa, absorbe y capta la esencia y el espíritu de la evolución”.
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