La dialéctica nacionalista nos ha puesto de nuevo en España en el debate entre lo deseable y lo posible. Sería deseable que todas las regiones españolas con una fuerte identidad social, política y cultural vieran cumplidos los deseos de su mayoría social como nación, como Estado o como quieran definirse. Pero en una España que tomó en 1978 el camino de las comunidades autónomas, eso hoy no es posible todavía, si no se quiere perder un enorme progreso logrado en más de tres décadas de democracia, trabajo y sacrificio.
Entre lo deseable y lo posible para vascos, catalanes, gallegos o quienes quieran autodeterminarse como quieran, hay una realidad que se llama España, que les ha llevado de la mano hacia el nivel de país desarrollado y Estado del bienestar que ahora disfrutan, y otra realidad mucho mayor, llamada Europa, que es el escenario de futuro en el que hay que actuar para seguir progresando. Más allá de esta concepción teórico-política, lo que quiero decir es que no se puede plantear uno de la noche a la mañana que quiere ser independiente de un sistema que le da de comer, le procura educación, sanidad y servicios sociales a un nivel de país avanzado.
Si ese ejercicio práctico de lo político a lo real lo pasamos al caso de los empresarios, la diferencia entre lo posible y lo deseable es aún mayor: una independencia rupturista solo llevaría a la ruina al territorio que se saliera ahora de un modelo económico que, a pesar de todo, funciona. Y funciona porque los países europeos avanzan juntos, no rotos ni separados. En este momento, la amplitud de miras de la clase empresarial catalana, el seny, es fundamental.
Es evidente que hay que respetar, atender y valorar en su medida manifestaciones como la del día de la Díada catalán, y otras muchas similares y con más trasfondo político que se han dado en el País Vasco. Y puedo entender que vascos, catalanes y gallegos se sientan mucho más identificados con su identidad regional y sus tradiciones más que los que somos “solo” castellanos. Pero ellos también deben entender, mejor que nadie, que para lograr un modelo que no perjudique a nadie, debe tenerse en cuenta de donde venimos (a corto plazo histórico) y donde estamos. Porque en eso está el sueldo y el bienestar de sus ciudadanos. Ser independiente suena bonito, pero cuidado, ¿a qué precio?
Cuando hace siete años, el entonces ministro de Economía, Pedro Solbes, intentó explicarnos a un grupo de periodistas el nuevo modelo de financiación que se derivaba de los nuevos estatutos de autonomía que se iban a negociar, con el catalán como el más señero, ya advirtió que se estaba definiendo un nuevo modelo de Estado, y de bienestar. Pues bien, en ellos estamos todavía. A Solbes no le preocupaba nada lo de Estado, nación o nacionalidad. La clave de futuro estaba en marcar las necesidades básicas de cada ciudadano, independiente o no, para no perder ni el Estado, ni el bienestar, por un derecho de autodeterminación pasional y mal administrado. Aquí hay sitio para todos, como quiera que se sientan…
Si no se hubieran pasado por el forro el modelo de financiación que se aprobó en el Estatut que el Parlament de Catalunya envió a Madrid, muchos no nos hubiéramos convertido en independentistas. Ahora ya sabemos que España no nos quiere más que para que sigamos financiándoles. Y eso que dices de que el sistema funciona, me parece que te mezclas poco con la gente que hoy en día no encuentra trabajo pese a estar preparado para trabajar y tener experiencia, porque NO HAY TRABAJO. EL SISTEMA NO FUNCIONA. Hablas de un «bienestar» que ya no existe. Y como catalán digo que saldremos mejor del fango si no tenemos que tirar del resto de España. Maragall ofreció una gran oportunidad al resto de España para arreglar este tema y ZP, Guerra, Bono y Artur Mas se cargaron el Estatut que habría resueltro el problema. Ahora solo hay dos caminos, la independencia o la humillación.
Aquí se resume todo en pocos segundos:
http://youtu.be/blNbXkN-67Y